=0>
:0
Digitized by the Internet Archive
in 2011 with funding from
University of Toronto
http://www.archive.org/details/cancionesdelahueOOoliv
CANCIONES DE LA HUERTA
f ¿¿ a*—^ ^¿**&Ct^ ¿QZg /^ <¿jue¿^¿t$
JUAN M.a ÓLIVER (HIJO)
*á/ /?/*-/
(IB
MONTEVIDEO
Imp. y Lib. Mercurio, de Luis y Manuel Pérez
Calle 25 de Mayo núm. 467
1914
JULIO A. ÓLIVER
INFATIGABLE TRABAJADOR DE LA TIERRA
EN SU
GRANJA DE TACUAREMBÓ CHICO
Mari Barba. — Y ¿hay en los jarales oL.a
pera versos fan pulidos?
Juglar. — Hayla, dueña.
Monloro. — Hay sombra fresca
y agua de la sierra.
E. MAROUINA.- -Doña María la Brava-
CANCIONES DE LA HUERTA
BAJO EL SOL DE OTOÑO
A Pilólo v Zobeida Rodríguez Bas.
Rima en el huerto la tarde
la vieja canción árnica
de las dulzuras amables
y las hojas amarillas. . .
— la de las ramas sin nidos,
la de las cosas antiguas
que se acuerdan al calor
de la luz serena y tibia
10 JUAN M.' ÓL1VER (HIJO)
de los soles otoñales. . .
— la de tantas cosas idas
para siempre. . . la esperanza,
el ave, la flor, las rimas. . .
las palabras de unos labios
llenos de melancolía. . .
— la tristeza de unos ojos
que se amaron. . . la divina
blancura de aquellas manos
que apaciguaron mis iras. , .
Hay en los tristes jardines
como una paz enfermiza. . .
Parece que en el ambiente
sereno del mediodía
vaga un rumor musical
de nostalgias infinitas,
de pensadoras antiguas
y penas desconocidas. . .
CANC/ONES DE LA HUERTA ll
Parece que en esa luz
que baja dulce y tranquila
sobre los jardines muertos,
viejos violines de Hungría
sollozan, se quejan, lloran
una languidez divina
de pobres convalescientes
que aman esta tarde tibia
de tedio, de sol, de rosas
que se deshojan. . .
La vida
me pone un sueño en el alma
y en el ensueño una rima,
por todas las flores muertas;
por todas las cosas idas. . ,
CANCIONES DE LA HUERTA 13
CREO EN TI, MADRE TIERRA.
Y bajo el sol de Oíoño, paternal y sereno,
mientras caen las hojas y se mueren ¡as flores,
¡creo en ti, Madre Tierra, que nutres con tu seno
toda una pobre raza de oscuros luchadores!
Creo en tí, que te muestras áspera, recia y dura,
en la cumbre bravia o en la vasta ladera
y lo mismo te abres para una sepultura
que para el florecer de una sementera. . .
H JUAN M.» ÓLIVER (hijo)
Creo en ti, que te das a todos, noble y justa,
¡magna madre que calmas nuestras hondas fatigas
y, eterna y virgen, eres la Emperatriz Augusta
de un pueblo que combate por conquistar espigas!
Porque tú sola eres la única y la fuerte
que no se desespera; porque de cada herida
que recibe tu cuerpo arrancas a la muerte
un germinar potente y fiero de la vida. . .
Porque eres para todos la maga encantadora
de los raros milagros, y al rico y al mendigo
lo mismo das el pan que en los hornos se dora,
como al sol se doraba en las cañas del trigo. . .
Porque has engendrado las sencillas pasiones
que el pobre miserable de espíritu desprecia;
poique has puesto en la paz de nuestros corazones
el afán de vivir, tierra áspera y recia. . .
CANCIONES DE LA HUERTA 15
Porque eres estéril para e¡ frío egoísmo
que dicta un anatema a todos los arados;
porque encarnas el numen de ese alto idealismo
que campea en el noble vigor de los sembrados. .
Porque a todos ofreces la robustez hermosa
de tu carne morena, y en tu seno fecundo
lo mismo das tu leche a la estirpe gloriosa
que a la raza maldita o al pueblo vagabundo. .
Madre! . .
Cuando a tus brazos mis ¡aligas me llamen
y termine esta vida de amores y dolores
¡haz que los versos míos sus pasiones derramen
en una raza grande de fuertes labradores!
CANCIONES DE LA HUERTA 17
LOS CLAVELES
Sí. . . Te siento que vas con las otra'
vestida de fiesta;
todos lleno- de risas los ojos,
la boca bermeja
como flor de granado de linda,
de húmeda y fresca. . .
Te cruzas conmigo en la calle. . . me miras.
tus párpados tiemblan. . .
¡y un suspiro que había en tu pecho
se muere de pena!
18 JUAN M» ÚLIVER (hijo)
Aunque no te acuerdes de los días viejos,
aunque no me creas,
iré, como siempre,
a ver en la reja
donde tantos ensueños tuvimos
y tantas quimeras
¡cómo sangran los pétalos rojos
la sangre que llevo latiendo en mis venas!
La casa, como antes,
parece desierta. . .
El útimo rayo del sol que se pone
deja en las vidrieras
un rastro vibrante de oro y de fuego. . .
Allá en la maceta
los grandes claveles, — como corazones
partidos al medio por un navajazo, —
se mueren, sangrando sangre de mis venas!
CANCIONES DE LA HUERTA 19
¡No importa que pases
vestida de fiesta! . .
¡no importa que rían tus ojos oscuros,
tu boca bermeja! . .
Yo sé que de noche
mientras sola quedas,
y ellas entre risas
sus amores cuentan,
— junto a la ventana
tus manos de reina
amontonan con muchos cariños
y muchas tristezas
¡los pétalos rojos
de aquellos claveles que dieron mis penas! .
CANCIONES DE LA MUERTA 21
VIDAS HERMANAS
Vives siguiendo la pobre yunta
y arando siempre. . .
Somos hermanos, y mientras labras
la extensa huerta que el sol fecunda,
y mientras marchas tras de tus bueyes
abriendo surcos largos y hondos,
y en ellos viertes
con ademanes nobles y austeros
los nobles gérmenes
22 JUAN M.« ÓLÍVER (Hijoj
de las cosechas, yo también labro,
humilc emente,
frente a tu huerta que el sol fecunda,
estas canciones de amor y fiebre
que llevan mucho de tus afanes,
que tienen mucho de tus quereres!
Así es la vida, como tu huerta, . .
El amor tiene
del sol de Otoño
las claridades resplandecientes,
y acaso el alma, como esa tierra,
que labras siempre,
siempre está llena
de surcos hondos y de simientes!
Y como anhelas que el agua caiga
y fecundice tus sementeras, lo mismo llueve
sobre la vida, — llanto que colma
los hondos surcos que abrió la fiebre
en esa huerta de mis amores
donde los pobres versos florecen!
CANCIONES DE LA HUERTA 23
Yo sé que tienes puesta la vida
en esa triste yunta de bueyes,
en ese arado y en esa tierra. . .
Yo sé que tienes
el alma llena de amores vagos
y de esperanzas que nunca mueren. . .
Yo sé que esperas que tus cosechas
compensen siempre
las amarguras de tus sudores. . .
Y así tenemos la misma fiebre,
la misma vaga dulce esperanza,
— esa esperanza que nos asiste remotamente, -
de hacer el mismo trabajo, — el mismo! —
seguir arando, arando siempre,
como mi pena, como tu esfuerzo.
como mis sueños, como tus bueyes
que pasan toda la triste vida
arando, arando. . . hasta que mueren! . .
CANCIONES DE LA HUERTA 25
ULTIMO FLORECER
Es en vano que mires y remires
desde tu senda oculta para verme
sufrir sobre estas tierras... Es en vano,
la juventud se va... y ésa no vuelve!
¡Sobre mi corazón hay un silencio
vasto y dominador como la muerte!
Hoy sueño las divinas primaveras
que pasan y no vuelven,
las canciones amigas,
las tardes que se mueren
26 JUAN M.« OLIVER (HIJO)
en la embriaguez del sol, y todas esas
cosas que reflorecen
dentro del corazón, cuando la pena
sobre ellas pasa, y llueve
su rocío de lágrimas la vida...
Hoy vivo mi canción, y canto siempre!
Miraste largamente mis pupilas
para dejar en ellas esa fiebre
que devoró tu entraña, — y no pudiste
sufrir tan hondamente!
Desfibraste mis músculos en esa
larga lidia doliente,
y sin embargo, canto todavía
porque renazco en mi piedad . . .
Soy fuerte!
En medio de esta tarde de congoja
que estruja el corazón hasta la muerte,
¡en vano martilleas mis delirios!
¡en vano martilleas en mis sienes!
CANCIONES DE LA HUERTA 27
La puerta de! hogar de aquel ei sueño
se cerró para siempre
y voló como un pájaro en la sombra
la última canción... ¡Esa no vuelve!
En vano has esperado la tristeza
del Otoño que viene,
porque el Otoño trae los recuerdos
de todo lo que tiene
sabor antigt'o y grácil;
grato dulzor de mieles,
matiz que no se olvida,
versos que nunca mueren . . .
Llegó el atardecer . . . Todo regresa
para mi corazón. Se hace el milagro.
— ¡pobre milagro de convalesciente! —
de tornar los ensueños como amigas
aves emigradoras, y se siente
al retornar de todo
que el milagro se hace y tú no vienes!
No vienes a traerme tus canciones,
— ¡oh musa de los lindos ojos verdes
que guiaste mis pasos por la senda
del amor puro y del saber doliente!
CANCIONES DE LA HUERTA 29
ESE MAL DE MI VIDA..
En vano buscas con tus gracias todas
disipar mi dolor . . .
¿ no ves que tengo en los silencios míos,
sangrando el corazón ? . .
¿No oyes esa dulce voz?.. Los cisnes
cantan para morir . . .
¡ todas las esperanzas de mi vida
están muriendo así ! . .
50 JUAN M.o ÓLIVER (HIJO)
Guárdame en el refugio de tus brazos,
y así descansaré . . .
¡ llevo sobre mi vida la tristeza
de Alfredo de Musset ! . .
Ah ! . . tener en el pecho muchos odios
y no poder odiar. . .
llevar en las pupilas muchas lágrimas
sin poderlas llorar . . .
Sentir los versos que en el aire flotan
de la larde de Abril
y no tener palabras que los digan,
y dejarlos morir . . .
Tener que hablarte a solas muchas cosas
y ya juntos los dos,
sufrir la tiranía del silencio
sobre mi corazón . . .
CANC/ONES DE LA HUERTA 31
Y no encontrar la frase que decirte
y angustiado pensar,
i cómo nos olvidamos, lentamente,
sin poderlo evitar ! . .
Y en la doliente pena que el Otoño
vuelca sobre el jardín,
pensar que hay tantos muertos en la vida
que no pueden morir ! . .
Sentir esa ansiedad indefinible
de escuchar una voz
que arranque la tristeza de las almas
y alivie el corazón . . .
Esperar el milagro de la vida
libre ya del dolor,
y saber que en el fondo de tu alma
hace ya mucho que se puso el sol . . .
¡Todo éso son mis penas!..
¡ Todo éso es mi dolor ! . .
CANCIONES DE LA HUERTA 33
COMO UN AVE MARÍA
Sé piadosa en mi mal, como un Ave María,
y florece en mi pecho como una melodía
llena de la dulzura de mi melancolía . . .
Sé mística y sé dulce; como un Ave María.
He tenido un ensueño, — i oh sagrada belleza
del ensueño sutil que llora de tristeza ! —
Era como un incendio de vivos rayos rojos
aquella llamarada que llenaba tus ojos . . .
34- JUAN M.« ÓL1VER (hijo)
En medio de la hoguera, sobre una cruz, había
un alma que era esta dolorosa alma mía,
mendicante y enferma. Y en aquel sacrificio
mis pupilas veían, por cada quemadura,
estallar una flor, una flor roja y pura
que era como el voto de un mártir... ¡Oh suplicio
de esta pobre alma mía ! . .
Sé piadosa en mi mal, como un Ave María.
Y de pronto tus ojos se tornaron de acero,
como un cielo de noche invernal. Un lucero
puro como un diamante, su flor de luz abría
en aquella dureza de tus ojos ... Y había
en la vasta y sombría soledad de amarguras
de tus claras pupilas aceradas y duras,
la espantosa fijeza de la muerte. Y la estrella
permanecía fría, inmóvil, blanca, bella,
fija como una maldición . . . ¡ Oh imperio
del ensueño en que flotan el dolor y el misterio ! .
CANCIONES DE LA HUERTA 35
Aquella fría estrella que en tus ojos abría
su cáliz como una flor deslumbrante y pura,
era todo este hondo silencio de amargura
que en mi alma florece como una melodía . .
Sé piadosa en mi mal, como un Ave María.
Y de pronto tus ojos fueron como el desierto,
magníficos y llenos de angustia. En el incierto
crepúsculo, hacia el rojo poniente,
coronada de lumbre, erguía triunfalmeníe
su cabeza la Esfinge ... — i Oh los mansos camt.,u.
que bajan fatigados los dolorosos cuellos
y llevan en los ojos, de una tristeza eterna,
la visión de un oasis o de una cisterna!..
! Oh aquella caravana que dibuja en la arena
el camino angustioso y estéril de la pena !
La tarda caravana de todos los dolores
que bajo tus palabras se tornaron en flores,
— extraña novia mía
llena de la dulzura de mi melancolía!..
36 JUAN M« ÓL1VER (HIJO)
Sé mística y sé dulce, como un Ave María.
Y luego tus pupilas se hicieron dos puñales.
Y en sus puntas se abrían, lívidas y fatales,
dos flores vivas de luz . . , ¡ Oh, qué angustiosa
hora de imploración ! . . Oh, cómo herían
aquellos dos puñales, — y una sangrienta rosa,
y otra rosa, y otra rosa en mis carnes abrían
frenéticos de ira . . .
— Y las hojas violentas
de aquellos dos puñales se tornaron sangrientas,
y destilaban sangre, y de mi carne rota
también brotaba sangre, y había en cada gota,
esplendoroso y vivo, un haz de rayos rojos.
¡Oh frialdad asesina de tus divinos ojos ! . .
— De tus ojos judíos,
cuya lumbre bravia
flota sobre la niebla de todos mis hastíos
mística y dolorosa, como un Ave Mería ! . .
CANCIONES DE LA HUERTA 37
Extraña novia mía, cuyos ojos son flores
de luz que un llanto acerbo eternamente riega;
trágica y dulce madre de mis dolores, — ruega
por todos los amores
de mi alma sombría . . .
Sé piadosa en mi mal, como un Ave María,
y florece en mi sueño como una melodía
llena de la dulzura de mi melancolía . . .
CANCIONES DE LA HUERTA 39
LA LLUVIA
Lentamente y tristemente,
lenta y triste cae el agua
sobre los surcos abiertos. . .
La tarde, brumosa y pálida,
está llena de rumores
indecibles, de plegarias
a las nubes, de oraciones
por la lluvia. . . En la casa
hay una voz que domina
otras voces y angustiada
+0 JUAN M* OLIVER (HIJO)
dice : c Dios quiera que llueva
t da la noche, y mañana
amanezca el ancho campo
como una pampa de agua » .
Es la oración por los surcos
y por las tierras sembradas
bajo los fríos de invierno
sobre los copos de escarcha. . .
Es el eterno rogar
por la cosecha esperada
que colmará de riquezas
los graneros de la chacra,
y dará pan a las bocas.
y dará paz a las almas.
Y en la noche, mientras llueve,
con los rumores del agua
que desciende de los cielos
como una suprema' gracia,
la moza sueña. . ,
CANCIONES DE LA MUERTA 41
— Diciembre. . .
el trigo forma montañas
en las eras, bajo el so!
que fatiga la mirada. . .
entre el torbellino de oro
que un remolino levanta,
toda llena de prestigios
surge una forma bizarra
de huertano, . . y un cantar
viene de lejos, y el alma
va palpitando en ¡a copla
llena de fuego y de ansias,
un largo y dulce mirar. . .
un coloquio en la ventana
florida de madreselvas. . .
un rasgueo de guitarra. . .
y todo el campo dormido
bajo la luna de piala. . .
Lentamente y tristemente,
lenta y triste cae el agua
sobre tos surcos abiertos,
como una suprema gracia.
CANCIONES DE LA HUERTA 43
SOL, PADRE NUESTRO
Padre Sol, Padre Nuestro que estás en los cielos,
¡ bendita sea la gloria de tu luz bella y fuerte,
llena de bendiciones !
Padre Sol, — Padre Nuestro de todos los consuelos,
¡ líbranos de la muerte,
abre a la paz la vida de nuestros corazones ! . . .
Santificada sea para siempre tu lumbre
ahora y en la hora de nuestra pesadumbre.
4* JUAN M.« ÚLIVER (HUO)
Abre ü ia vida todas nuestras flores mejores
de piedad y de amor ; calma nuestra fatiga
de infinita tristeza,
¡ oh, Sol Padre que amaron todos los trovadores,
todos los que conquistan el oro de la espiga,
lodos los que persiguen un sueño de belleza !
¡ Oh, Sol Padre, que pones un fulgor de placeres
en los ojos extraños de todas las mujeres !
¡ Y cuando en un eterno loarte las campanas
elevan a ¡os cielos ese vibrante coro
de sus almas piadosas,
asciende a ti el perfume de las rosas tempranas
en una misa de oro
en la que vibra y triunfa el alma de las cosas ! . . .
Tú, que curas las llagas de todos ios dolores,
Padre Sol, líbranos de estos hondos amores !
CANCIONES DE LA MUERTA 45
i Y cuando en un glorioso despertar de los huertos
las campánulas rompen sus capullos morados,
al influjo potente
de tu lumbre creadora, en los campos abiertos
por los fuertes arados,
estalla el vigoroso canto de la simiente !
i Padre Nuestro, que ríes con sonrisas eximias
en la dulce alegría de todas las vendimias !
Augusto Padre Nuestro, que curas toda herida
y en la frente de todos los troveros pusiste,
en un rayo de luz, un destello sagrado,
¡ yo te ofrezco mi alma, yo te ofrezco mi vida,
— toda mi vida, Padre, una flor que tú hiciste
florecer en perfumes de perdón y pecado !
Bajo la eterna gloria de tu luz bella y fuerte,
libra a mi alma, Padre, del dolor y la muerte !
Santificada sea para siempre tu lumbre
ahora y en la hora de nuestra pesadumbre ! . . .
CANCIONES DE LA HUERTA 47
PARA DESPUÉS
Atardece . . .
Es un divino
y dulce y sombrío ocaso
lleno de lumbre y de oro,
pleno de trinos de pájaros .
Sobre los árboles tristes
el viento susurra un largo
e interminable preludio . . .
En los rosales del patio
las rosas tardías lloran
lluvias de pétalos pálidos . . .
Y el cielo es hondo y azul,
48 JUAN M« ÓLIVER (hijo
V el viento sigue llorando
la sonata dolorosa
de la tarde de los campos . . .
En la gran paz del crepúsculo
lleno de sueños lejanos,
siento el vuelo de las rimas
que tienen alas de pájaros . . .
Talvez un día . . . después . . .
mañana... ¡quién sabe! — el vago
declinar de otro crepúsculo
encuentre como hoy, amargo
mi decir . . . Quizá mañana
habré perdido ese santo
sueño de toda mi vida,
cuando rompe los arados
la buena tierra y los surcos
son de semillas colmados,
y el aire es suave y tranquilo,
y el sol, desde el cielo claro,
glorifica tanta pena,
bendice tanto trabajo !
CANCIONES DE LA HUERTA 49
Quizá mañana, bien mío,
o después, — ¡quién sabe cuándo!
al descansar de esta pena,
al renacer de este largo
ensueño, seré más triste
y me encontraré cambiado,
con otra esperanza y otra
alma talvez . . . Sin embargo
habrán vuelto los rosales
a florecer en el patio
y todos los versos míos,
frente a frente del ocaso,
volverán, — como los viejos
dormidos hace cien años
en un cuento, — y serán nuevos,
y dejarán a su paso
i toda una gloria de sol
piena de trinos de pájaros !
CANC/ONES DE LA HUERTA 51
PASÍON ANTIGUA
Yo quería ofrecerte toda mi pobre vida
para que la curaras de su mal; ¿no has visto
que junto al corazón tiene una herida
como la que tenía el Señor Jesucristo?
Es el mal de los viejos y pasados amores
románticos y puros. Como en el romancero,
tengo la viva sangre de los conquistadores,
un corazón hidalgo y el alma de un trovero.
52 JUAN M* ÓLIVER (hu:j
Florecen en mi vida las pasiones bravias
de los siglos de oro cuyas justas gloriosas
dejaron en el fondo de mis melancolías
un brillo de leyendas y un aroma de rosas !
Y este sueño que se abre como una flor extraña
en mi alma, y la fe ciega, fuerte y adusta
por la tierra que guarda en su fértil entraña
el amor y el dolor de una raza robusta,
¿No tornarán un día ese viejo heroísmo
en afanoso apego de continua labranza,
en ardor de vivir, en amor de uno mismo,
en salud vigorosa, y en eterna esperanza ? . . .
Cuando envuelto en el vago y sutil devaneo
de ese sueño fecundo, en los pasos tardíos
con que sigue la yunta sobre los surcos, creo
que surgen de la tierra todos los versos míos !
CANCIONES DE LA HUERTA 53
Vienen para mi vida, armoniosos y ardientes
en su volar, heroicos como paños de guerra,
i y voy echando al surco junto con las simientes
lo más bueno y más noble que mi ánimo encierra !
Voy echando a los surcos la sangre de la herida
que llevo sobre el pecho ; y mi fe honda y sana
i ora porque esta sangre que brota de mi vida
florezca en brotes de oro al sol de la mañana !
Después en mieses rubias... Y bajo el sol amigo
que deja en nuestras frentes un largo beso de oro,
¡ sueño que bravamente florecerá en el trigo,
compensando mi vida, — mi lírico tesoro ! . . .
Más tarde, en el molino rehecho, cuando el viento
para moler el grano las aspas rudo azote,
i en la sombra del pórtico, como en mi pensamiento,
empolvado de siglos surgirá Don Quijote ! , . .
54 JUAN M.« ÓLIVER (hijo)
¡Déjame que me sueñe mis amores románticos
al lado de mi arado de reluciente acero
mientras echo a la paz de la huerta estos cánticos
que tejieron su nido en mi alma de trovero!
Y habré tornado entonces aquel viejo heroísmo
en afanoso apego de continua labranza,
en ardor de vivir, en amor de mí mismo,
en salud vigorosa y en eterna esperanza! . . .
CANCIONES DE LA HUERTA 55
CUANDO EL ESTÍO SE VA. .
Si he pensado siempre en ti
fué porque, en medio a mi mal
surgiste como un raudal
de dulzuras para mí.
Mirar como el tuyo no
encontré nunca, querida;
y así, en tus ojos, mi vida
encantada se quedó,
56 JUAN M.« ÓLIVER (HIJO)
Hondos y puros refiejan
toda la gloria de! cielo
y ponen como un consuelo
donde su mirada dejan. . .
Romances de pesadumbre
cuentan a los corazones
y hacen brotar las canciones
en sus derroches de lumbre.
Hoscos y bravios son
y en un infierno se trocan,
cuando los celos provocan
tormentas del corazón. , .
Hay en ellos un profundo
reposo de agua serena
y copian toda la pena
del estío moribundo,
CANCIONES DE LA HUERTA 57
cuando un oro suave y lento
colora las muerías hojas
y va dejando congojas
en las ventanas, el viento. . .
Guárdame siempre, querida,
en ese divino encanto,
i hasta que rompa el quebranto
este cristal de mi vida !
CANCIONES DE LA HUERTA 59
HÁGASE TU VOLUNTAD.
Sin sombras ni reparos en la conciencia, labra
las fases de tu vida como una escultura
tallada en carne propia : en tu propia palabra
hallarás el remedio de tu honda amargura,
Hunde bien tus arados ! Sin piedad y sin calma
labra de tu heredad esos cuatro terrones. . ,
i Cuanto más la desgarres para llegarle al alma
más nobles y más fuertes nacerán tus pasiones !
60 JUAN M* ÓLIVER (hijo)
No des reposo al hierro ! A tus rudos empeños
abierta al so! y al aire, florecerá la tierra
para colmar los grandes graneros de tus sueños
con el loco desborde del tesoro que encierra.
No des reposo al yugo ni a la potente mano
rugosa por la lidia de la eterna labranza. . .
¿no es acaso robusto tu pecho? ¿No es más sano
tu corazón repleto de verdad y esperanza? . .
¿ Qué otra gloria mejor que la gloria de verte
en medio de tu huerta, bajo el sol que la inunda
de fulgores y vida, y sentirte más fuerte
cabe esa noble tierra desgarrada y fecunda ?
Abre tu alma a todas los vientos. La montaña
nos parece más grande cuando sola se muestra, .
La voluntad que duerme en tu cálida entraña
te dará la medida del poder de tu diestra.
CANCIONES DE LA HUERTA 61
Ah ! Sé como esas olas que cavan en las playas
su cuna de basalto luchando siempre solas. . .
¡ Tú puedes ser el héroe de todas las batallas
porque tienes la fuerza y el tesón de !as olas !
Tú puedes ser el Cid Campeador de esta guerra
que te dará los oros de invalorable cuño,
i porque tu alma está llena del amor de la tierra
y tienes a los dioses amarrados al puño !
CANCIONES DE LA HUERTA 63
LA TIERRA
Toda llena de gracias eres, toda llena
de bien y de piedad. . .
Los hombres todos
buscan refugio en ti, porque tú eres
la eterna madre del perdón, la fuente
de donde mana plácida la vida
continuamente renovada y siempre
soberbia y fuerte y plena de belleza.
Todo reposa en ti y de ti misma
surgen las fuerzas todas, — todas esas
64 JUAN M.« ÓLIVílR (MIJO)
desconocidas fuerzas milagrosas
que rebosando todos los caminos*
llevan hacia el dolor, hacia la gloria,
a la miseria o a la muerte . . .
Tienes
un alma única y diversa, como
esa clara hija tuya, que naciendo
de tus propias entrañas, te rodea
con un enorme abrazo interminable
de fuerza y de salud. . .
Llana y ubérrima
y colmada de sol, das a los hombres,
— a la penosa vida de los hombres
que son tus amos y tus hijos, — toda
la amplitud de la tuya, la serena
paz de los corazones, la fecunda
tranquilidad amable de tu espíritu
milagroso y profundo.
CANC/ON'ES DE LA HUERTA 65
Alfa y recia,
quebrada por las ásperas montañas,
fijas en las honduras de las almas
la ruda perspectiva de tu suelo,
tu rigidez austera, tu dureza . . .
Y al abrirte en los valles, donde el surco
encauza los desvelos de los hombres
que rebuscan las fuentes de la vida, —
te das toda al amor y a ¡a esperanza
y haces brotar de tus entrañas fértiles
— tal como de la entraña de la madre
el hijo fuerte, — la cosecha pródiga,
desbordante del trigo . . .
Todavía
no puedo comprender ese misterio
oscuro de '~s lazos con que atas
las pasiones rumanas a tu vida
de inagotable bien, soberbia madre
de los titanes. . .
66 JUAN M« ÓLIVER (hijo)
Sé tus ansias
sé tus vigores todos, sé que guardas
bajo tu piel costrosa los tesoros
inagotables que crearon tantas
tragedias hondas y leyendas rudas . . .
sé que nos llamas en la plena vida
de tu pasión renovadora, pero
no puedo penetrar la sutileza
de ese imperio que ejerces en los hombres
que, más que ser tus hijos o tus amos,
aspiran a ser dioses . . .
Porque luego
que esquilmaron tus pechos, que dejaron
exhaustas tus arterias, — sin que nunca
sintieran el latido de tu sangre ; —
luego que desbordaste tus riquezas
por ellos sólo y sólo para ellos,
renegaron de ti, como el Apóstol, —
y de í : se apartaron como de una
mujer leprosa, ruin o miserable !
CANCIONES DE LA HUERTA 67
Y sin embargo, ávidos, ardientes,
desesperados de tu amor, los hombres
forman la eterna ronda de la vida
que va y viene de ti, — esa cadena
de la que todos somos eslabones
y que el Destino pasa entre sus manos
de tiniebla y de muerte, como un trágico
rosario de dolor, en cada una
de cuyas cuentas vibra un alma humana
vencedora o cruel o mendicante . . .
Hoy vive mi pasión este poema
porque has surgido frente al Dios sombrío
toda llena de gracia.
CANCIONES DE LA HUERTA 69
LA SERENATA
A mi hija Ada Negri
Música de la Iriste serenata
que todavía está llorando el viento
en la reja que guarda mi ventana !
Música dolorosa
que traes, en la extraña
larga meditación de los violines
y en el llanto de agua de las flautas,
¡ la desesperación de los amores
que no pudieron ser dentro del alma !
70 JUAN hAfi ÓL1VER (hijo)
Desgarradora música que suenas
en medio de esta noche desolada,
bajo la seducción dei cielo claro,
bajo la luna blanca.
— y te vas con el fresco de la brisa
que recogió en sus alas
aromas y suspiros,
y besos y romanzas,
— i aromas de olorosas madreselvas,
suspiros de mujeres angustiadas !
Seren^ uendición de esa armonía
que llora en el compás de las guitarras
en el silencio de la noche honda
que hace nacer las nuevas esperanzas, —
mientras velamos el tranquilo sueño
de la hija mimada,
y se nos llena el pecho de cariños
y los ojos de lágrimas, .
al largo murmurar de tu cadencia,
— i música de la triste serenata !
CANCIONES DE LA HUERTA 71
¿Que Romeo bebió tanta tristeza
que llenó hasta los bordes de su alma
y no pudiendo más llevar su copa
la derramó esta noche en la ventana
llena de sombras suaves,
florida de claveles escarlatas ?
¿De qué serena fuente de armonía
brotó esa pena dolorosa y lánguida
que medita el dolor de los violines
y sollozan las flautas?
Acaso muda el alma de la novia
esta noche lloró tras la ventana
sobre su corazón muerto de amores,
i y no sentiste palpitar sus lágrimas !
Acaso un largo beso de quimera
se enfrió tras el cristal, — y las guitarras
recogiendo en su seno su armonía,
su eterna desperanza,
la lloraron en todas tus canciones
— i música de la triste serenata !
72 JUAN M.o ÓLIVER (HUO)
La primavera amaneció más pura
y otro sol ha salido; pero el alma
tiene el contagio de tu pena honda
y ni siquiera sé cómo te llamas,
ignorado poeta que esta noche
lloraste tu dolor en la ventana
donde florecen como heridas nuevas
manojos de claveles escarlatas. . .
Pero sé que de hoy y para siempre
volverá tu canción para mi alma
con la meditación de los violines,
con el largo lamento de las flautas,
con el fresco suspiro de la brisa,
con el dulce compás de las guitarras,
con el sueño tranquilo de mi hija
y con las madreselvas de las tapias,
— ¡Romeo de la lírica tristeza,
música de la triste serenata !
DOS JUICIOS
LOS CREPÚSCULOS
POR JUAN M.a ÓL1VER (HIJO)
Cada vez que, como en la ocasión presente, ha caído
en mis manos un hermoso libro de versos de un poeta
nuevo, un sacudimiento íntimo de regocijo ha sacudido
mi corazón. Son tan numerosos los vates que escriben
tonterías o vaciedades-, bajo la égida de un trasnochado
decadentísimo, que el hallazgo de un espíritu verdadera-
mente poético sincero y fuerte, libre de capillas y de es-
cuelas, de modas y de alifafes, justifica aquel regocijo.
El nombre de Juan M.a Oliver no me es desconocido.
Alguna vez, hace mucho tiempo, ha llegado a mis
oídos. Sin embargo, la ocasión no debe haber sido me-
morable, porque ese recuerdo es sumamente vago. Una
revista o periódico debe haberme traído ese nombre al
pie de alguna composición; pero no rrbía sido ella su-
ficientemente evocadora para grabar en mi cerebro la
huella lumínica que hace perdurable una impresión. En
- IV
fin, esto no hace al caso. Lo indudable es que la sensa-
ción de arte que hoy me procura Juan M.a Oliver con
algunos de sus versos es robusta y firme: difícilmente
podré ahora olvidarme de su nombre que, me atrevo a
predecirlo, conquistará justa nombradla en las letras na-
cionales.
Porque en las distintas composiciones que componen
este rápido y hermoso librito — editado primorosamente
por la casa Bertani, nue ya va adquiriendo una exce-
lente reputación con sus constantes esfuerzos para divul-
gar las obras de nuestros escritores, — se advierte un
espíritu poético promisor de más altos y deslumbrantes
vuelos. Alejándose, con muy feliz acuerdo de las lloronas
vulgaridades de un romanticismo en desuso, así como de
los encalambrinamientos de las frases huecas de un mo-
dernismo * pour l'exportation » el novel poeta nos abre
ingenuamente de par en par las puertas de su alma, de-
jándonos ver, a la primer ojeada, todos los tesoros que
en ella anidan y refulgen.
Aunque he de contrariar aquí el decir del prologuista
de este libro de versos, que es un joven de un hermoso
talento, tal vez el talento más hermoso de todos los de
la nueva generación, cuando afirma que Los Crepúsculos
c es la obra maravillosa del silencio», no me detendré en
hacerlo, porque sé que en esto de las sensaciones íntimas
cada uno las experimenta según el estado de su propio
ánimo. Tal vez el feliz prologuista, Francisco Alberto
Schinca, en una hora de reconcentración y melancolía,
advirtió con alma de poeta — porque él también es un
gran poeta a su modo — ese silencio elocuente con que
alternan las almas en las fastuosas "soirées» del espí_
ritu. Yo, en cambio, que he empezado a leer Los Cre-
púsculos con el descuido y poco entusiasmo con que se
suele abrir el libro de un autor nuevo, me he encontrado
de pronto deslumbrado ante la sorpresa de una poesía
que es la obra maravillosa de la vida zumbadora.
Esta es, en efecto, la impresión que me causan los
versos de Los Crepúsculos : una impresión de vida
sana, rumoreante, perfumada. Todas las voces de la na-
turaleza campesina se orquestan en esas estrofas cons-
truidas sin amaneramientos ni giros afiebrados. Un aliento
suave y matinal recorre el paisaje de las cuartetas, em-
briagándonos con el aroma de las florecillas silvestres. Y
el prado canta, abierta las entrañas al Sol fecundo; y
los árboles, tendidos sus cordajes a los caprichos inspL
rados del viento, cantan también melodías salvajes y pri-
mitivas; y el agua de los arroyos, limando guijas y ser-
penteando guijarros, canta himnos de límpida frescura; y
la luz, trepando por los confines remotos, canta sus cla-
rinadas de vida y resurrección: todo, todo invalida aquí
el silencio y llena el corazón de rumores y armonías, ha-
ciéndole presentir los arcanos de ia vida y las ebriedades
del florecimiento.
El mismo poeta nos habla cariñosamente de su musa
en una fresca y lozana composición dedicada al señor
Schinca :
- VI -
« No quieras encontrarla
Ahí, bajo ese cielo,
En la quietud solemne de esas playas
Donde canta sus salmos el pampero;
Búscala por los campos,
En la paz de los huertos
Donde rezan los pobres labradores
El credo de la vida, entre los viejos
Alamos que resuenan como liras
Al soplo de los vientos. »
Y es esta musa huertana, palpitando vida, sonora como
un corazón, fúlgida como una gota de rocío, la que ins-
pira los más hermosos versos del poeta, la que lo acom-
paña en sus dolores, la que bulle en sus alegrías. Ella
en sus arrebatos de amor sabe ser discreta e ingenua,
entusiasta y noble, cual en los versos :
« A veces en el aire caliente del crepúsculo,
Cuando cansado busco la sombra de la vid.
Parece que los vientos trajeran algo tuyo;
Como un perfume humilde de flores de maíz.
A veces, de las rejas de los arados viejos
El sol arranca un rayo de acero, vivo y cruel.
Y adquiere un alma y vive el reluciente acero. . .
¡ Palpitan tus pupilas en el reflejo aquel !
En torno de los rojos claveles de mi huerto
Desatan las abejas su vuelo zumbador,
Como cuando buscando las flores de tus besos,
Sollozadora y dulce, te ronda mi canción. •
- VII
Y en las horas de desesperanza, en las agrias horas
de las lágrimas, ella, la musa campesina y buena — la
misma, acaso, que inspiró un día al autor de los Aires
murcianos, — es la que exclama :
« Te vas. . . La farde baña con esplendor de oro
Las copas de los árboles que el vienfo hace llorar. . .
Yo veo allá, muy lejos, tu rostro melancólico
Que se envuelve en la dulce sombra crepuscular. . .
Te vas. . . En las extrañas misas de mi tristeza
Eras mi virgencifa, mi ídolo inmortal:
Para mi pobre alma brillabas con la eterna
Maldita y adorable fascinación del mal ! »
Y esta frescura huertana, este rumorear de vida, estos
aromas sencillos son precisamente, los atributos que más
nos encantan en la poesía de Juan M. a Oliver. Con
ellos obtiene los más hermosos éxitos y las más delicadas
impresiones. No podemos menos que felicitarnos de ello
y de encarecer al poeta que prosiga en esa senda, con
la seguridad de que obtendrá, en lo futuro, sus más se-
ñalados triunfos. Ya estamos ahitos de esos otros vates
que nos hablan de los trianones y jardines versallescos,
que nunca han visto, como no sea en Rubén Darío, y
que olvidan, o no saben, que en nuestra tierra hay fabulo-
sas riquezas vírgenes, inexplotadas.
El autor, pues, de Los Crepúsculos, al obedecer hu-
mildemente a su numen, que le lleva come de la mano
por los prados floridos y las campiñas treboladas de la
Vlil
patria, ha revelado ser un espíritu sincero. Y como tal,
ha triunfado.
Acaso la nota, eminentemente melancólica, señalada
por el señor Schinca, se encuentra en algunas composi"
ciones de este libro, — principalmente en la que lleva el
título de Ensueño; — pero con ser ésta una de las más
hermosas del libro, no es, ni con mucho, la dominante
ni la que constituye la esencia del alma del poeta. Es
cierto que en El Ensueño hay una 'quietud mística», una
'inefable serenidad», engendradora de tan rara y suges-
tiva belleza que no podemos menos de celebrarlas.
Así en los versos
* Oye : el En. c 'eño tiene sublimes armonías
El Ensueño es un pájaro de plumaje de seda
Que solloza en las fardes dolorosos y dulces'
Las baladas extrañas del país de la niebla.
El vuelve a fus manos sus ojos tranquilos
Y ai mirar el blanco de fus manos recuerda
El marfil de los Cristos dolientes, amargos y frisfes.
Que guardaban las viejas abuelas
Con los largos rosarios bendifos, y antiguas
Estampas de sanfos y mártires de rostros de cera ».
Y es cierto, también, que esa misma nota doliente y
misteriosa, que engendra los grandes poemas del silencio,
triunfa en la poesía 'Pobre vida», de un hálito genuina-
meníe d annunciano. Pero ella, mas que el signo de un
alma determinada es la caracterísca de todos los jóvenes
IX
de estos tiempos, y de los tiempos pretéritos tambi i,
que han proclamado la inmensa 'non curanza», el in-
menso desaliento de Leopardi, disfrazando sus cabellos
juveniles con el hielo plateado de las canas. A los veinte
años, no hay corazón de poeta que no proclame el hastío
de la vida, el pesimismo en el amor, y la incurable amar-
gura de su alma. Yo creo que por la sencilla razón de
hallarse aún muy lejos de la tumba es que se habla con
esa tranquilidad pasmosa del dolor y de la muerte.
Celebremos, pues, al novel poeta que ha sabido en
moldes elegantes y nuevos, pero no por ello menos sen-
cillos y justos, he' 'arnos de nuestra naturaleza y de su
propia alma, y aprestémonos para recoger los frutos sazona-
dos de su numen, que ya denuncian, para un porvenir
no lejano, esta floración primaveral de su primer libro.
V. P. A
(De El Tiempo).
VOCES LÍRICAS
"LOS CREPÚSCULOS"
Un poeta joven, de musa tan emocionada como emo-
cionante, un inspirado y nuevo cantor de les dulces mar-
tirios del corazón en pena de amor, ha venido, de lf 5
lejanías del campo, a entregar al ciego y contradietc o
debate de la ciudad sus primeras canciones de devoción
y de queja. Juan M. a de Oliver (hijo) acaba de aparecer
en la arena de las justas, con la tranquila firmeza del que
se siente fuerte y se sabe bienvenido. Todo es oro fino lo
que trae en sus alforjas, todo es riqueza de legítimo cau-
dal, lo que ofrece a la discusión de las tribunas litera-
rias y al deleite de las muchedumbres sensibles, que sólo
saben de los gratos sabores. Poco auxilio pidió ai artifi-
cio de la rima y a la retórica ampulosa y relamida, para
componer esa magnífica joya lírica que se llama verso,
— XII —
para decir, en bellísimas formas, cuanto sufre y cuanto
espera un aln j, cuantas cosas amables ha soñado, al
apagarse el día, y cuantas ilusiones lleva hiladas en el
eterno telar de la imaginación. Enfermo de tristezas con.
movedoras — martirios del corazón, desmayos de la con-
quista — el poeta canta, nostálgico y quejoso, al silencio
de las tardes moribundas, a los crepúsculos sangrientos
que pasan huyendo a la deriva, a la huerta perfumada
con flores que nadie cogerá, a la senda solitaria huérfana
de pasos amigos, al pío del pájaro sin nido y al viento
que llora su sollozo en la lira palpitante del árbol. Con.
denado errabundo por una Arcadia abandonada, lanza
sus lamentaciones a todas las cosas que dicen belleza y
dulzura, calor de vida y gloria de juventud, alegría di-
chosa, ansias de infinito — porque ellas, una a una y
juntas, le evocan los inolvidables encantos de su amada,
lejana ya, de su amada campesina que tenía hermosas
las mejillas, bullicioso el espíritu y fuego inextinguible a
lo largo de las venas.
Juan M. a Oliver es de los pocos poetas que florecen
por estos tiempos de modernismo extravagante y hueco,
no ha pensado en ser original antes de buscar den-
tro de sí ese ruiseñor encantado sin el cual las nueve
hermanas no fecundan. Con la pureza de las vidas sen-
cillas y llenas de generosos fervores, elogia todas las
cosas buenas y bellas de la naturaleza, ámalas con la
humildad venerante del hechizado de milagros, con la
ternura débil y atónita del creyente que se halla obra y
espejo de un dios, llámese Zeus o Brahma, Cristo o Ma-
— X11I
homa. Comprende la vida y por eso sabe idealizarla,
adorar sus mil formas y sus mil transformaciones, pros-
ternarse sobre la lujuria del huerto pródigo, para sentir
palpitar junto a su pecho el ritmo todopoderoso.
Libre de las contaminaciones de la ciudad, de los
aturdimientos de la lucha entre la muchedumbre, de los
techados que amenguan el cielo y de las mezquinas pa-
siones que envenenan el alma, Oliver se encuentra in-
menso en la inmensidad de los campos hermanos y ami-
gos, bajo la amplia protección del azul. La inmensa sa-
via joven, lozana y pujante, siente correr por sus venas.
La misma paz divina en su espíritu, idéntico amor en su
corazón. Sabe el poeta que nada existe más noblemente
purificador que la Naturaleza. Quien penetra en ella co-
mienza a ser bueno. Quien la sigue avizor y constante,
a través de todas sus revelaciones, es bueno siempre, es
bueno más allá del alcance humano, por encima de la
moral de los hombres y del juicio de los censores. Fuente
eterna de salud que cicatriza todas las heridas, madre
generosa que da sosiego a todas las fatigas, su protec-
ción es el supremo bien y la suprema conquista. A su
lado las pupilas se llenan de encantamientos desconoci-
dos, y las cosas adquieren una belleza mágica de una
existencia superior. Cualquiera de vosotros que no haya
sentido nunca sonar en su espíritu ese minuto de gran-
deza y de éxtasis sugerido por la maravilla del Cosmos,
no ha logrado alcanzar todavía las cimas de la felicidad
absoluta: no conoce aun qué suerte de dios todoventuroso
es él, que tiene para su goce y su soberanía, un prodi-
XIV
gio tal, eternamente serio y eternamente renovado. El
sentimiento de las infinitas interpretaciones, la vibración
continua del ser ante el espectáculo de la vida en mar-
cha, despierta al poeta que se sospecha dormido en el
fondo de todas las almas, y lo lleva a loar, a ensalzar
en himnos vehementes, la inefable dicha de vivir y la
gloria inmerecida de comprender. Oliver es uno ele esos
revelados, uno de esos milagros líricos, surgido al impe-
rioso conjuro de este otro milagro de la materia que se
llama la Creación, desde la nube que pasa hasta el insecto
imperceptible.
Como todo bardo de legitimo oriente, tiene una dama
a quien ofrendar los ríos sonoros de su musa campesina,
tiene un alma de luz y de alas a quien adorar como un
ídolo y como estrella de su destino. A través de sus
canciones dolientes pasa la imagen de su novia, de su
santa * virgencita » , evocada en todos los resplandores
lejanos del recuerdo, que camina paso a paso, por los
días, resucitando ardorosas caricias y besos de fuego,
despejando instantes de emoción, obscurecidos por la
sombra implacable del Tiempo fugitivo. Para ella son las
más hondas ternuras, las extremas alabanzas, los más
armoniosos poemas de su vibrante inspiración. Bendecida
seas tú, su mujer amada, que supiste ^or la voluntad de
tus manos y de tus labios, y por la angustia de tus que-
rellas, hacer vibrar el cordaje melodioso de un espíritu
canoso que enmudecía en la inmovilidad del silencio; ben-
decid seas, aunque el mal de tu amor y de tus duelos,
no haya puesto en la voz de sus canciones, más que
XV -
lágrimas y amarguras. Tu existencia fué el so! y fué la
Meca de esa alma ingenua y límpida, como la ninfa can-
dorosa de una ría. Tú hiciste, como el sagrado milagro
de la Primavera, florecer del misterio de su corazón, los
jardines maravillosos de sus versos, que muchos días se
durmieron extáticos, bajo la decoración insigne de los
crepúsculos de púrpura.
Sería ocurrencia peregrina buscar comparaciones a este
poeta. Oliver no es más que él mismo, y con ésto que-
remos encarecerlo. Expone su drama interior, las aluci-
nadoras visiones de su ensueño y sus encantos estéti-
cos, valiéndose de los moldes impersonales y de las
euritmias más adaptadas a las explosiones de su fuego
lírico. Su musa no mariposea por las escuelas, ni
detiene servilmente para lomar e! compás de un estilo.
Reina de los campos abiertos al infinito, no admite cor-
seletes que ahogan para acicalar, ropajes de moda que
embellecen con su artificio, pero que matan con su
vulgaridad. Schinca en el admirable prólogo de Los Cre-
púsculos, la ha consagrado, y si así no fuera, bastaría
leer * corazón adelante » , los hermosos versos * El
ensueño » , ' Mi cancionera > , * Atardecer » , * Tu amor » ,
« Pobre vida. . . » , ' Hacia tus ojos » , ' Humildeza » y
* Ultimo acorde » .
A Juan M. a Oliver, poeta y amigo, mi homenaje.
Manuel Medina Befancort
(De El Día)
NDICE
ÍNDICE
Página
Dedicatoria 5
Bajo el sol de otoño 9
Creo en ti, madre tierra 13
Los claveles 17
Vidas hermanas 21
Ultimo florecer 25
Ese mal de mi vida, . . 29
Como un Ave María 33
La lluvia 39
Sol, Padre Nuestro 43
Para después 47
Pasión antigua 51
Cuando el estío se va 55
Hágase tu voluntad 59
La tierra. 63
La serenata 69
Dos juicios 73
PLEASE DO NOT REMOVE
CARDS OR SLIPS FROM THIS POCKET
UNIVERSITY OF TORONTO LIBRARY
PQ Oliver, Juan María
8519 Canciones de la huerta
053C3